miércoles, 22 de octubre de 2014

Cuando muere el amor...


No sé si el amor muere porque sí.

Creo que no.

Tampoco nace porque sí.

"Porque sí" no es nada, es una contestación vacía y sin sentido, bajo la que se ampara quien no tiene razonamientos para explicarse o, tal vez, aquél a quien no le interesa poner encima de ninguna mesa sus razones (O que se las pongan, que tanto monta, monta tanto). 

Así que... Me atreveré a sostener que el amor no muere porque sí.

Tampoco sé si el amor es algo en sí mismo degradable, y cuyo fin natural es ir disipándose con el paso del tiempo y los acontecimientos. Tampoco creo en eso.

Yo creo que el amor nos lo cargamos, por decirlo en términos muy coloquiales.

Le vamos dando un arañazo, un capón, otra vez un empujón que lo tira patas arriba, pequeñas punzadas... Luego más grandes... Y un día se nos va la mano y le propinamos la estocada definitiva.

Lo matamos, como ha insinuado alguien antes.

Es decir, el amor, cuando se va, tiene siempre un verdugo.

Y, en la mayoría de las ocasiones, dos.


Ba